Por: Ludmila Rafalovich
Por cuestiones económicas, de distancia, etc, he colaborado con Ciudad Interna siempre más a través de internet, escribiendo notas, charlando, apoyando, que personalmente. La primera vez que los visité fue por el año 2006, y me llevé un grato recuerdo por su calidez humana y su espíritu de lucha. Luego ellos nos visitaron en la Escuela de Servicio Social, brindándonos una charla alucinante que fue comentario en la escuela por varios días y motivo de discusión en clase. La tercera y última vez que estuve con los compañeros cara a cara fue el 22 de mayo de 2008.
Ahí no sólo me llevé el más grato recuerdo de todos los compañeros nuevos que conocí, sino que además ese día empezó una historia que hoy parece increíble pero es real. Pero lo dejo para otra nota. Hoy estas letras van todas para el gordo Tafo porque se merece nuestro recuerdo y que continuemos la lucha que el abrazó con pasión desde la más cruel de las realidades que es la falta de libertad. Antes de conocer personalmente a Tafo, siempre chateábamos, y me hizo abrir los ojos en muchas cosas, a veces de forma cruda como él me hablaba quizá porque no me conocía, siempre diciéndome lo cansado que estaba de estar en cana. Y yo sintiéndome miserable por quejarme de cosas muchísimo menos importantes. El 22 de mayo del año pasado, cuando los visité por última vez personalmente, lo conocí a Tafo. De él y de todos me llevé un recuerdo inolvidable. Aprecié en él su inteligencia, sus ganas, su lectura crítica y precisa de la realidad. Lo expresaba muy bien en su forma de escribir.
Cuando me enteré de lo que le sucedió, no pude hacer esas reflexiones políticas y sociales que suelo hacer respecto de la situación de los privados de su libertad y del mundo que afuera los espera. No me salió ningún discurso, ninguna idea, ninguna apreciación de la realidad. Quizá más adelante pueda escribir sobre esas cosas, no ahora. En ese momento sólo pensé cómo puede ser que a los 23 años ese chico haya tenido que morir así. Sólo me salió una amargura profunda del alma, una tristeza indecible que todavía me hace agarrar frío en el cuerpo cuando pienso, y que me hizo tener pesadillas en estas noches. Tristeza mezclada con bronca por la injusticia, porque él se merecía una y mil oportunidades más, porque él era culpable solamente de atreverse a luchar y soñar con un mundo mejor, y porque pongo mis manos y mi vida en el fuego jurando que él no quería volver más a estar en ese lugar que tanto lo hizo sufrir, pero donde puso su esfuerzo y su vida para algo enorme que se gestó que es un espacio de lucha y de emancipación, un espacio que creció en gran parte gracias a su esfuerzo y a su compromiso y el cariño que despertó en sus compañeros.
En ese lugar tan oscuro y frío, estéril, donde parece que murieran los sueños y donde parece que nunca pudiera germinar la vida, el Tafo puso un rayo de sol y una semilla de lucha que creció hasta límites insospechados y que hoy levanta las banderas por las que él se jugaba todos los días. Por eso lo recordamos como un compañero y un hermano y lo honramos siguiendo su lucha que era por libertad, por amor y por igualdad.
Lisandro Arostegui "Tafo" hasta la victoria siempre, nunca te vamos a olvidar.