martes, 15 de marzo de 2011

"La cárcel es un sistema perverso y la resocialización sólo es una farsa"



“La tan mentada resocialización no es más que una mascarada y una farsa”. La frase parece extraída de un manual de criminología, pero quien la dice es Ricardo Albertengo, un preso de 43 años que sobre la reincidencia puede hablar en primera persona. Su nombre ganó una breve celebridad en 2009, cuando improvisó una toma de rehenes al fracasar un asalto en una clínica de cirugía estética de Oroño al 700. Lo hizo durante salidas transitorias de la cárcel, donde cumplía pena por un golpe fallido de 17 años atrás.

Albertengo está preso desde muy joven y recorrió todos los penales de    la provincia. En abril de 1994 ya había pagado una condena en Coronda cuando protagonizó una toma rehenes en un bar del centro, donde un cliente de 25 años murió de un disparo en medio de la negociación. Lo condenaron a perpetua y luego le rebajaron la pena.

Mientras pagaba por aquella muerte en la Unidad 3, de Riccheri y Zeballos, estudió en un instituto terciario de preparación física. En salidas especiales de prisión trabajó en esa escuela como instructor y fue asistente en un gimnasio del centro. En octubre de 2009 se produjo su sonora caída en el asalto a la clínica y desde entonces está en la cárcel de Piñero, en un pabellón de conducta con 40 internos.

“El sistema penitenciario es perverso. Es sacar a alguien de la sociedad y colocarlo en un sistema donde, teóricamente, va a ser contenido para volver. Pero los mecanismos para rehabilitar no funcionan”, plantea Albertengo. Que lo diga él, dos veces reincidente, no es menor. En julio pasado le dieron 17 años de cárcel en un juicio abreviado por el asalto de bulevar Oroño y otros seis a centros médicos (ver página 41). Esa pena, sumada a la anterior, quedó definida en 37 años de encierro.

Marcas. El hombre que le puso su sello a una serie de robos a consultorios —trataba a las víctimas con respeto, se quedaba a conversar y hasta les cebaba mates— es de estatura media, tiene el pelo corto y un rostro de rasgos definidos que preserva de las fotos. Una cruz tatuada en el antebrazo derecho y un puñal con una calavera en la hoja, en el izquierdo, son marcas que trae del afuera.

Recuerdos de sus inicios en el delito a los 18 años y que hoy, dice, quisiera borrar de su piel: “No me gustan. Fuera de acá no uso mangas cortas”. Casualidad o no, la remera gris con la que llega a la entrevista en una oficina del área administrativa de Piñero reza “keep them free” (libérenlos), inscripción sugerente para quien le esperan unos 20 años entre rejas.

Chances de apelar no tiene. Tampoco de salir en forma anticipada, por    ser reincidente. Se asume como un ladrón que, dentro de esa ilegalidad, define sus límites: “No maltrato a la gente”. Sabe que no despertará simpatías, pero pide ser considerado “como un humano y no como un monstruo”.
Habla despacio Albertengo y medita cada idea en pausas dignas de quien no corre contra el tiempo. En su reflexión invita a mirar el campo del delito y el sistema penal con matices. El es un engranaje más de esa rueda y esto tiene para decir.

¿Por qué quiso esta entrevista?— 

Porque creo que nunca fue tan injusta la Justicia. Me pregunto qué relación hay entre mi condena —de casi 40 años por hechos de robo en los que no lastimé a nadie, simples delitos contra la propiedad— y las penas por delitos que no prescriben nunca y son de lesa humanidad. Advierto que tienen un tope máximo de 25 a 30 años de prisión. Si hago un cuadro comparativo, yo enfrento una pena muy superior. Mi pregunta es: ¿qué quiere demostrar la Justicia con estas resoluciones ejemplificadoras?

¿Esa es una pregunta abierta a la sociedad? Porque apelar ya no puede.— 

La pena que recibí está firme, ya es una cosa juzgada. Hoy que ha transcurrido el tiempo y al estar purgando la pena, vale mi pregunta. Y sí, es una pregunta abierta a todos: me parece que roza lo ilógico, no encuentro una respuesta clara. Creo que la Justicia es de alguna manera revanchista con estos fallos, entre comillas, ejemplificadores.

¿Piensa que su condena contiene un mensaje?

Sí, no sé a qué se apunta realmente en un caso como el mío. Son delitos de robo y asumo la responsabilidad de los hechos cometidos. Pero, ¿guarda relación lo mío con crímenes de lesa humanidad? Ese es el primer absurdo.

¿Cuál es el otro?

La segunda pregunta tiene que ver con la sociedad, o el sistema, o el Estado. Es si realmente se cree que con estas penas monstruosas se rehabilita. Con la modificación de Código Penal a partir de la “ley Blumberg” podemos tener un techo de hasta 50 años de prisión. Digo, ¿con esto qué? ¿Paramos la inseguridad? ¿Paramos algo? Yo creo que no. ¿La gente cree que el sistema penitenciario, con sus organismos y sus entes, realmente resocializa?

Desde la experiencia de quien recorrió varias cárceles, salió y reincidió, ¿cómo respondería usted a esa pregunta?

Mi experiencia es que ninguna de las instituciones tiende realmente a resocializar a nadie. Por ejemplo: Piñero. Un cementerio con luces. Un lugar donde simplemente y únicamente estás privado de tu libertad. Nada más. No tenés posibilidad de estudio, de trabajo, de un curso, de deporte. O sea, ningún elemento que podría tender a resocializar funciona. El sistema es perverso.

¿En esta cárcel realiza alguna actividad especial?

Trabajo, como salió en el diario, de lo que yo me recibí: de instructor de musculación en un gimnasio. ¿Pero cuánto de realidad hay en trabajar en un gimnasio al que de repente concurre uno solo? En la práctica no asiste nadie, por motivos que tienen que ver con el aparato fantasma de la unidad. Lo mismo pasa con la escuela, los talleres. Es todo hermoso en los papeles, pero no existen en la realidad. Acá en Piñero existe únicamente la escuela primaria, cuando el secundario también es obligatorio. Una gran pregunta abierta es cómo, en el siglo XXI, montones de muchachos que cumplen pena en una institución del Estado salen sin saber leer ni escribir.

—En su caso, estudió estando detenido y las recaídas se dieron en salidas especiales. ¿Cómo valora eso? 

—Tuve la oportunidad de hacer un estudio de personal trainer y de preparador físico. Estuve cerca de dos años estudiando y trabajando a la vez. Eran otros tiempos, en los cuales había una sensibilidad muy buena para el desarrollo. Se habló mucho de mi régimen de libertad pero no era nada ilegal, eran beneficios que me correspondían. De todas maneras, destaco que tuve los medios que quizás no todos tienen de adaptarme a un estilo de vida libre. Y me hago cargo de mi responsabilidad al reincidir. No me desligo de eso. Aquí Ciudad Interna agrega y destaca que el trabajo, el estudio, la atención medica no son beneficios que otorgan las unidades sino derechos que subsisten pese a la condena. Decimos esto por la pregunta que ha hecho la periodista “¿Cómo valora eso?” como queriendo decir que la cárcel algo bueno nos da y no es asi, nada bueno puede dar estas intistucines, y el estudio, trabajo y la salud no son una concesión sino un derecho de todos, los presos y los que no están presos.

—¿Qué lo llevó a reincidir?La realidad indica que la tan mentada resocialización no es más que una mascarada y una farsa. Porque no hay acompañamiento del Estado, eso queda librado al apoyo familiar si tenés la suerte de tenerlo. Por más que figuren secretarías y patronatos, son meros cumplimientos administrativos que no te sirven de nada. El día que pasás la puerta de una unidad penitenciaria, que alguien te plamee la espalda y te diga: "Vos sabés lo que tenés que hacer para no volver", no alcanza para que no incurras en un nuevo delito. Ese consejo no recupera los vínculos perdidos. No te equipara a diez años de avances, al vértigo de la calle, a las nuevas tecnologías. En mi caso, el fiscal agravó mi pena porque supuestamente yo estaba contenido por el Estado. ¿Cuánto creen que nos acompaña afuera el Estado? Hay profesionales que vienen con verdaderos principios, pero en uno o dos años pasás a ser un número más. Nadie ve a la persona que hay atrás de un expediente. Que siente, que sufre las mismas cosas que cualquier persona de afuera. El sistema deshumaniza.
   
   —En su caso, ¿tuvo contención familiar?

Soy hijo único, no tengo hermanos y no tengo mamá. Y no tengo un buen entorno familiar (se le quiebra la voz, llora y se queda en silencio). Ante la carencia del Estado es importante una familia que te apoye. Uno acá adentro pierde afectos, la cotidianidad, la posibilidad de un trabajo. Salís y te encontrás en medio del pavimento mirando para todos lados sin saber para dónde agarrar. Saber lo que tenés que hacer para no volver no te alcanza. 

—¿Y por qué roba? ¿Cómo empezó?

Puedo decir que no fue consecuencia de una adicción. Jamás fui adicto a drogas, llevo una vida sana. Soy responsable con el estudio. Hay personas que están acá por adicciones y otras que no. No es algo tan mecánico. Es más diversa la realidad. En el delito, sé que sonará extraño o quizás incomprensible, pero siempre conservé principios y valores. Hacer un trabajo limpio fue mi línea hasta el día de hoy. No es algo para enmarcarme ni para elogiar. A la edad que tengo he dado muchas vueltas. He pasado la curva de la mitad de mi vida y me doy cuenta de que, detrás de las personas que quieren quemar en la hoguera, no hay verdaderos monstruos. Algunos (Ciudad Interna diria todos) somos consecuencias mismas del sistema, de la desidia, del olvido....(Y Ciudad Interna agrega: de la desigualdad, de un sistema inequitativo tanto en condiciones materiales como culturales y simbolicas. El individualismo y la cultura del consumismo en una sociedad estructuralmente desigual. El modelo que vende el mercado solo lo pueden “comprar” unos pocos, y despues encierran a los que quieren tener lo mismo por otros canales. La ausencia del estado.  Lo que hay que cambiar son las conciencias, la cultura) Pero a veces con la sentencia ejemplar se quieren esconder bajo la alfombra las mismas falencias del sistema.

Nota extraida del diario "La Capital"
Por María Laura Cicerchia / La Capital

http://www.lacapital.com.ar/policiales/La-carcel-es-un-sistema-perverso-y-la-resocializacion-solo-es-una-farsa-20110306-0028.html