miércoles, 31 de diciembre de 2008

La Locura de la luz


Yo quería ver algo a pleno día; tenía para con la luz un deseo de agua y de aire. Y si ver significaba el fuego, yo exigía la plenitud del fuego, y si ver significaba el contagio de la locura, deseaba locamente esta locura. Maurice Blanchot

Mucha gente no sabe que adentro del Hospital Borda funciona una cárcel/manicomio, una Unidad Penal Psiquiátrica Federal; una cárcel dentro de otra cárcel, donde nos encontramos depositados alrededor de 75 seres humanos. En el argot jurídico se nos llama artículos 34; los inimputables. Ese lugar de horror es la Unidad 20.
Invisibles Inimputables que en contra de lo que sostiene la ley seguimos capturados bajo el ejercicio de la dominación extrema: la del cuerpo y su libre circulación, y la del alma; hundidos en inhumanas condiciones de existencia, porque a pesar de haberse creado hace poco más de un año una, que supuso la intervención de un equipo de asistencia médico psiquiátrico-psicológica no penitenciario, en la “profundidad sin misterio de la cotidianeidad” somos objeto de una interna atroz entre una fuerza de seguridad y el poder de la psiquiatría. Esta situación favorece un contexto de pugnas y encubrimientos en el que no han desaparecido ni la ferocidad de la medicación, ni la brutalidad de las golpizas, ni las celdas individuales como forma de castigo.
Tampoco las ilegítimas recusaciones de habeas corpus, el uso de drogas para el aquietamiento de nuestras lúcidas disidencias en ira con la institución y con quienes trabajan para teatralizar su crueldad, ni el interrogatorio psiquiátrico en tanto trayectoria hacia “la caída” en el cerco del terror, ni otros ardides que hacen de las orejas, la voz y los ojos “dispositivos” que gozan con nuestro dolor.

En lugar de pensar para estos “anormales” un proyecto de cura, se nos encierra como peligrosos obligándonos a cumplir una pena. Nuestro delito: haber hecho estallar en nuestras supuestas insanías las perversiones de un sistema que trabaja para destruir cualquier posibilidad de miramiento humano; “vidas desnudas” al servicio de una guerra civil legalizada, donde el totalitarismo de las democracias se sirve de la ley para abandonar las vidas al poder mortífero del estado:

Caracoles irrumpe en ese lugar de resto, como un intersticio de fractura que surge a partir de preguntarnos si era acaso posible algo del orden de la vida en ese todo que se vuelve la cárcel manicomio. Si un punto de fuga se abriría, allí, donde el poder de deshumanización arma con una variada gama de discursos, diagramas y estrategias estas formas institucionales en pavorosa continuidad con los campos de exterminio: lo que queda de la Perla, el Olimpo, el Vesubio... En contradicción con el orden prevaleciente en estas instituciones de doble encierro, donde de maneras inimaginables se persigue sacar el habla de quien aún vive, se buscó construir cierta interrupción de la violencia; de este modo nació nuestro camino hacia la literatura, como grieta-máquina de salvación que produce palabra.

Bajo condiciones de ejercicio brutal de la opresión hicimos de la imaginación una praxis revolucionaria, un otro modo de sobrevivir con lo sensible y vibrátil no secuestrado de nuestros cuerpos. Luchamos con la lengua ante maneras infames de desubjetivación. Provocamos lenguaje. Resistimos humanos. Dimos relato. Hablamos para no morir. Esta experiencia se sostiene sola. No hay elementos ni argumentos que puedan deslegitimarla; en el sentido de que se fue dando al calor de los dictámenes de lo que no sabíamos; sin método, sin estructura previa, como son siempre los senderos de la creación. La lectura en proceso de nuestra producción impresa:– “Una práctica de libertad” (2006) “Abrazo” (2007) y el blog “Guerreros del sol” (2008) dan cuenta de que no hubo planes pergeñados, ni deliberados. Y que el “violento oficio de escribir” al que se arriba en los textos de la tercera publicación son el resultado de un recorrido en el que sirviéndonos de la literatura fuimos dándonos otros lenguajes -idiomas cuerpo, música, color, grafía- de nuestra propia invención. En ese modo, aconteciendo cada vez más fuertemente humanos redescubrimos qué latía, aún, en lo inhumano que nos tocaba padecer. Así, yendo del eterno rumiar del condenado al diálogo con “las cosas del aire” (el viento, la lluvia, el pájaro, la mujer); de la asfixia al balbuceo de nuestros primeros versos, o de las totalitarias certezas a descubrir -entrecruzando voces y miradas- a las distintos modos en que las arañas tejen sus telas en los techos de la celda concebimos una relación nueva entre nosotros, nuestros cuerpos.

La muerte de un compañero por sobredosis hizo que ese estallido en gestación se transformara en el punto de inflexión donde comprendimos que la única literatura posible de construir para seguir sintiéndonos vivos era que nuestras palabras estuvieran a la altura de lo que nos ocurría. Hicimos, por primera vez en la historia del grupo, una denuncia pública -no sin consecuencias sobre nuestros cuerpos- ante las autoridades penitenciarias y médicas del penal.

Resistimos a la contraofensiva escribiendo en silencio. Eludiendo con juego y arte nuestro miedo a la muerte pusimos en letra el día a día de esta cárcel hospicio. Las narrativas que expresan este sentir no son parte de ninguna ranchada tumbera, ni de nuestras lenguas con olor a pobres; su aspereza surge de la imposibilidd de encontrar palabras para lo que no tiene lenguaje: ¿cómo hacer sino para contar algo que no es ni vida ni muerte? Si pudimos y podemos seguir como grupo es por haber creado con nuestro dolor el optimismo de una voluntad que intenta con-mover la primacía de relaciones sociales de dominio que hacen de la “enfermedad mental” y la pobreza un resorte aprovechable para la perpetuación de exclusiones aberrantes. Quizá lo más importante que tengamos para decir es que mientras, en algún lugar de este mundo, existan dos o más seres humanos capaces de acompañarse en el sufrimiento y de entregarse para construir nuevas formas de amor - no importa dónde, ni de qué manera - la humanidad estará salvada.

Caracoles un hilo de luz que busca iluminar el espanto a lo que como hombres y mujeres hemos sido expuestos. Porque, aquí y allí, hay crímenes políticos e históricos que exceden la prisión. Es necesario darlos a ver y a oír, para comprender de qué sutiles maneras el manicomio resuena en nuestra cotidianeidad, para mostrarlas, diseccionarlas e interceptarlas abriendo cauces subterráneos de agua con mandato cristalino de vida. Porque cuando la maquinaria anestesiante del consumo se extingue, y la insitituición escuela se desfonda, y cuando el hospital no da a basto con tanta enfermedad organizada, ni los institutos de menores, ni la mendicidad ya. Cuando todas estas fabulaciones y otras de segregación, disciplinamiento y control social se agotan, entonces, el sistema, todavía tiene una forma última y aberrante de darnos muerte: las cárceles - manicomios; después de ellas están la picana o la cámara de gas.

Nuestras letras no son más que la legitima voz de los silenciados, no dada por nadie; sino conquistada por nosotros mismos en este arduo trabajo de transformar la literatura en salud. Este puñado de nombres y apellidos son la muestra de vida más potente que podemos ofrecer a la sociedad. Nombres que -como ya dijimos- exceden estos muros. Los ponemos al servicio de un proyecto vital, en este tiempo donde se vuelve urgente seguir buscando, sin descanso, esa región crucial del alma donde el mal absoluto se opone a la fraternidad.

POR LA ABOLICIÓN DE LA UNIDAD PENAL 20.POR LA ABOLICON DE TODAS LAS CARCELES MANICOMIOS QUE QUEDAN EN EL PAIS.
POR UNA REVOLUCION PERMANTE QUE DESTITUYA CUALQUIER FORMA DE DOMINIO DE UN SER HUMANO SOBRE OTRO SER HUMANO.
Hugo Castro, Francisco Metlicich, Gustavo Mangone, Jorge Rafael Carlos, Sergio Medina, Marcelo Palavicino, Mariano Nicolini, Diego Tarsia, Laura Caime.

Buenos Aires, 31 de Diciembre 2008.
Invitamos a todos aquellos que compartan estos sentires y pensamientos a sumar sus nombres a la lista.
Enviarnos su adhesión a: