sábado, 22 de mayo de 2010

Dios en la cárceles



Últimamente se ha generado un fenómeno curioso en las cárceles argentinas: el poder se ha traspasado a algunos detenidos quienes someten al resto con la anuencia y aceptación de las autoridades del penal. Cabe preguntarse quién controla hoy las cárceles ¿la policía o las iglesias evangélicas?

En la cárcel de Coronda, provincia de Santa Fe, este es un hecho  que se ve diariamente. Los que mandan son los llamados “siervos” de Dios; con poder para decidir quien puede, o no, vivir en los distintos pabellones en donde imponen sus reglas: no se puede fumar, ni escuchar música que no sea cristiana, por ejemplo. Normas arbitrarias que son acatadas por las autoridades del penal que, además, no sancionan ni juzgan los actos e injusticias cometidos aquí dentro.

Esta postura con respecto a la instalación de las iglesias en los pabellones de parte de la cúpula penitenciaria está basada en el modelo  llamado “buzones de castigo”, lugar de aislamiento al que se somete al detenido con el propósito de volverlo “manso” para no causar molestias a las autoridades. Lo mismo sucede con estos templos, en los que nos encontramos sumisos, sin la posibilidad de hacer ningún tipo de objeción por nuestros derechos. Por ejemplo: si uno quiere reclamar un justo acercamiento familiar hacia otra dependencia la respuesta típica de estos súbitos de Dios es: “Hay que orar”.

Esto no es más que una mala y perversa  política carcelaria, y de Estado, para callar las voces de los que estamos privados de nuestra libertad, para tenernos aun mas cautivos de este sistema que solo pretende fomentar el encierro en base a estadísticas internas y externas -absurdas y mentirosas-  sobre el delito, y la violencia que se vive diariamente dentro de un penal. Metiendo a este Dios entre nosotros para no solo privarnos de nuestra libertad física, sino también de nuestra mente, queriendo hacernos “santos” e imponernos una ideología que es por más falsa e interesada.

Más allá de la coerción que implica un control interno de estas características, este sistema tiene un inaceptable fin económico ya que también imponen la obligación de “diezmar” a Dios. Un interno gana un promedio de $ 150 trabajando en los distintos talleres de esta unidad pero esta plata se la llevan los pastores que se encuentran en el mundo libre, sin que sepamos que destino tiene este dinero.

La sociedad entera  tiene que re plantearse en manos de quienes debería estar  nuestro futuro como ciudadanos libres, ya que el porvenir de muchos de nosotros se encuentra truncado por los  sometimientos que padecemos de estas iglesias, y por ende, son estas mismas instituciones que,  al momento de recuperar nuestra libertad, no nos dan trabajo.