Para el mes de junio, la Provincia de Córdoba quiere eliminar este método utilizado para sancionar a los compas encarcelados. Según se desprende de un informe enviado a nuestra redacción la decisión política está tomada.
Esperemos que no ocurra lo que aconteció con lo buzones de la “Modelo” de Coronda, a los cuales el poder político solo les cambio de nombre, pero continuaron con la misma perversidad que los caracterizo desde siempre donde en muchos caso los suicidios son el exponente de la desesperación humana.
Desde la Cantora por Adolfo Ruiz
Son el encierro dentro del encierro. Pabellones de aislados, celdas de castigo, buzones. Son los rincones más oscuros de las cárceles, allí donde ya no se puede caer más bajo. Son el final del pozo… o el inicio de la locura.
Son todo eso y seguramente más. Pero tal vez pronto dejen de serlo, si es que el Ministerio de Justicia de la Provincia de Córdoba decide avanzar sobre lo que ya anunció que sería una de sus políticas carcelarias para ejecutar durante la primera mitad del año: la desaparición de las celdas de castigo. Al menos así lo anunció hace tres semanas el titular de esa cartera, Luis Angulo, en una reunión que sostuvo con autoridades de la Justicia Federal (jueces, fiscales, camaristas, defensores), a la que también asistieron representantes de los organismos de derechos humanos. “Nos hemos fijado como objetivo, en un plazo de 60 a 90 días, terminar con las celdas de castigo, como parte de nuestra política de humanización de las cárceles”, dijo el 22 de marzo el ministro Angulo, y lo ratificó luego ante la consulta de Día a Día. Junio sería la fecha.
El oscuro “15”. Según donde sea, le llamaran “el aislado”, “los buzones”, o en el caso de la Penitenciaría de San Martín, simplemente “el 15”.
Allí son derivados los internos que están cumpliendo sanciones disciplinarias. Muchas veces son el destino de quienes protagonizan riñas en los patios; pero también se puede recalar allí sólo por haberse dormido en un conteo. Da lo mismo.
“Es lo peor que te puede pasar acá en la cárcel, loco. Ahí te das cuenta que tocás fondo. Te preguntás ¿Qué hago acá? Te tira abajo, te mata. Ya no sos el mismo cuando salís”. Hace 10 años que el autor de esta reflexión no regresa al aislado. Pero bastó mencionarle esa imagen para que su tono cambiara.
Rodolfo Castro está cercano a terminar su condena, pero sabe bien lo que es pasarla “ahí adentro”, como le llama la mayoría para ni siquiera mencionar ese espacio maldito. “Creo que lo peor es que perdés la confianza en vos mismo. En ningún lado corre más droga que ahí, porque no podés sobrevivir si no”, relata.
Otra cosa es lo que les espera a los internos cuando ese cadalso se acabe. El problema es que ya no se podrán volver al pabellón de origen, porque así lo marcan las reglas internas. “Te tenés que poner a tejer todo el ramaje de la cárcel. Ver quién te puede recibir, quién no. Se te desarma toda la poca contención que habías logrado, y empieza todo de nuevo”, agrega.
Fuera de la ley. Tanto la Ley Penitenciaria (24.660) como los decretos que rigen su aplicación en nuestra provincia, prevén nueve diferentes tipos de sanciones disciplinarias: amonestación, exclusión de actividades recreativas, restricción de la visita, pérdida de horas de patio, traslado a otro establecimiento y, también, la permanencia temporaria en un alojamiento individual (forma educada de hablar de estos pabellones).
Pese a semejante abanico de alternativas, en la práctica todo se resuelve por esta última vía. Claro que la norma es precisa al exigir que el aislamiento no deba agravar ilegítimamente las condiciones de detención. Comer con la mano, hacer las necesidades fisiológicas sobre un papel de diario para arrojarlo por la ventana, permanecer todo el día en oscuras y sin protección contra la intemperie, y convivir con ratas, insectos o humedades no parecen ser aspectos contemplados en la ley.
“La Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha cansado de fallar en contra de esta barbaridad que está presente en todas las cárceles del país”, afirma sin titubeos el abogado Claudio Orosz, quien además de empujar en Tribunales decenas de causas contra los crímenes de la dictadura, también muestra preocupación por las violaciones actuales a los derechos humanos. “Son los mismos derechos humanos de ayer, los que se están violando hoy en las cárceles. Por eso nosotros vimos con gran satisfacción el anuncio”.
Su colega María Elba Martínez todavía se acuerda su experiencia en 1985 durante una recorrida por San Martín. “Estábamos visitando los pabellones, entonces siento gritos desde uno de arriba. Pedí que me dejaran acercar y sólo encontré gente desgreñada en medio de ese horror. Me acerqué y me puse a llorar con ellos. Desde entonces que vengo peleando para que eso se acabe”, dice esta especialista, aclarando que este tipo de práctica “es inconstitucional porque va contra todos los convenios y degrada a la personas”.
Cómo se hará. El grado de avance que tiene esta iniciativa parece sólo haber pasado la etapa de tomar la decisión. Nada menos. La voluntad política ya está, por eso en la actualidad se está avanzando en el estudio de las alternativas.
Precisamente el ministro Angulo encomendó a las áreas técnicas del Servicio Penitenciario de Córdoba (SPC) que evalúen cómo se podría resolver la situación actual. “Todavía no tenemos resuelto cómo se va a implementar. Lo que es seguro es que a esos lugares nefastos no se los puede llevar más”, dijo el funcionario.
La alternativa que buscan para los presos sancionados irá a contramano de lo que actualmente se hace, que no es otra cosa que aislarlos en el peor lugar de la cárcel y no darles ningún tipo de tratamiento especial. “Pensamos que lo adecuado sería asegurar el acercamiento inmediato de personas especializadas en tratamiento, como psicólogos o trabajadoras sociales, para de alguna manera brindar una atención bien personalizada e intensiva”, señala Angulo. Su expectativa es que se puedan implementar otras alternativas “que no sean justamente destructivas contra la psiquis y el cuerpo de una persona, porque si seguimos así, no sólo que no da ningún resultado sino que provoca más bronca y más resentimiento en esa persona”.
Un día en el aislado
Son las 6. El carcelero golpea las rejas. Es hora de salir. Las puertas de las 40 celdas se desenyugan. Quienes las padecen salen despacito, algo encandilados, desnudos y con la frazada en las manos. Sacuden al unísono esa manta desgajada. La dejan a un lado, se arrodillan en posición islámica y son “inspeccionados” (ahorramos los detalles). Vuelta adentro, previa requisa de la celda linterna en mano, porque allí no hay luz.
El lugar es inmundo: una estrecha celda de un metro de ancho por dos de fondo. La cama está en un nicho empotrado en la pared, que encastra arriba o abajo con la de la celda del lado. Al colchón de estopa lo retiran durante la jornada y lo devuelven por la noche. Será cuestión de dejar pasar el día, porque allí dentro queda la nada. Sólo el preso y su derrumbe.